Sevilla FC, encadenado al fracaso

Todo lo que encubría la carpa del circo fascinaba verdaderamente al niño del cuento de Bucay. Podía pasar horas infinitas observando con admiración al trapecista caminando sobre la cuerda o el chasquido alegre de las palomitas sobre el cristal de la máquina situada en la entrada; aunque lo que más le maravillaba era el elefante. Aquel enorme animal poseía una fuerza descomunal. Al final de cada actuación, el elefante se retiraba entre aplausos para ser atado a una minúscula estaca de madera clavada apenas unos pocos centímetros en el suelo, lo que, a su vez, despertaba una curiosidad creciente en el niño. ¿Cómo es posible que una bestia de tales dimensiones capaz de arrancar un árbol de raíz realizando el más mínimo esfuerzo no pueda liberarse de una pequeña estaca para escapar del circo? El niño buscó la respuesta por todos lados hasta que, finalmente, encontró la respuesta: el elefante había nacido en el circo atado a la estaca. Había intentado deshacerse de ella a base de tirones continuos, pero cualquier empeño carecía de la más absoluta utilidad para un pequeño animal que caía al suelo dolorido en cada intento. Un día, ante la imposibilidad de escapar, optó por aceptar con resignación su destino pegado a la estaca. Los años continuaron pasando para el elefante, mientras miraba hacia el suelo desde una distancia cada vez más elevada. Aun así, atenazado por la experiencia de su infancia, nunca volvió a intentarlo. Nunca volvió a cuestionarse una vida lejos del circo pese a que, ahora, nadie dudaría ni por un segundo de que aquel coloso animal podría escapar hacia el que siempre fue su mayor anhelo: la libertad.
Al borde de los nervios
El Sevilla FC se encuentra inmerso en una espiral que continúa trazando círculos infinitos en torno al desánimo. Lleva tiempo buscando una salida a la desesperada, pero, la única que en su momento apareció como una posible escapatoria, terminó por disolverse entre un ambiente de crispación creciente: la clasificación para la máxima competición europea ,tras vencer a la Roma de Mourinho en una noche de ensueño en Budapest, supuso un premio demasiado volátil para un equipo que vive al borde de los nervios. El inicio de la nueva temporada prometió acabar con una dinámica abocada al desastre para comenzar la transición hacia una realidad renovada instalado en la comodidad, aunque, al final no ha sido así. Los resultados continúan sin acompañar a un equipo cada vez más impacientado, que ha optado por apuntar el dedo de la culpa a las altas esferas ante la imposibilidad de encontrar el motivo real de la mala situación que atraviesa.
Julen Lopetegui, el mismo que colocó al Sevilla FC en el primer plano como candidato a prácticamente todo, fue el primero al que arrastró un torbellino de consecuencias devastadoras. Muchos entrenadores han asumido desde entonces las riendas de un potro completamente desbocado. Y nadie, absolutamente nadie, ha sido capaz de poner orden ni concierto a una orquesta de cuerdas desafinadas, ni siquiera el hombre que decidió desafiar a lo imposible cuando parecía que el Sevilla FC había tocado fondo. Mendilibar también camina ahora sobre el alambre entre demasiadas dudas. Nada es cierto y todo se cuestiona en un equipo que afronta la recta final de mercado como la última bala para encontrar un remedio al alcance. La última bala para reforzar el nivel de una plantilla que ha tenido que acostumbrarse a convivir con la crítica constante desde hace tiempo. La inmensa sombra de Diego Carlos en el centro de la defensa no achica pese a que la posición del sol continúa su curso normal cada día. Koundé tampoco está, y el nombre de Ben Yedder permanece imborrable en la memoria de cada aficionado aunque ya hayan pasado cuatro años desde que se anunció su marcha. Gattoni, Juanlu Sánchez, Sow, Nyland, Soumaré y Lukebakio han llegado.
Destellos de ambición
Pero ante una problemática tan extendida como descontrolada, encomendarse a un solo nombre, o a un par de ellos, carece del más absoluto sentido, más aún cuando nadie involucrado en todo esto ha logrado salir ileso de una condena para la que no se vislumbra un final. No se atisba la luz entre tanta oscuridad aunque, ocasionalmente, han aparecido destellos que remiten directamente al reencuentro con lo que, ahora, parece totalmente perdido: su espíritu competitivo. La exhibición memorable que ofreció ante todo un coloso como el Manchester City o la demostración de fe que hizo en el imponente Old Trafford para allanar el camino hacia la consecución de un nuevo éxito europeo, rompieron totalmente con la inercia negativa de un equipo irreconocible en el buen sentido. La mística o la fortuna tuvieron que tener buena parte de la culpa ante un hecho de explicación inexistente, pero todo empieza a cobrar sentido en el momento en el que entra en escena un tercer factor con el que no contamos: el mismo que, una vez le abrió las puertas a la posibilidad de soñar; a retirar de un manotazo el cartel de “reservado” de una mesa a la que ni siquiera estaba invitado. El mismo que como al elefante del cuento de Bucay, le permitiría liberarse de las cadenas del fracaso que ahora le sostienen para reclamar su sitio en el lugar de donde nunca debió partir. Se llama ambición.
La foto: Antonio Pizarro
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